Cuando era niña no entendía por qué era diferente a los demás.
Iba a la escuela con un par de coletas, mi pelo lacio, mi jardinera de cuadros, mi mochila y mi lonchera rosada.
Me encantaba estudiar.
Era una fiesta levantarme para ir a aprender.
Desde los 4 años quería saberlo todo y las horas eran insuficientes para lo que yo deseaba.
También quería hacer amigos.
Pero…
No fue nada fácil.
Se reían de mí y me hacían sentir mal.
—¡SOOORDAAAA! —me gritaban en el oído.
Me aguantaba las ganas de llorar. Mi orgullo era más fuerte.
No quería darles el gusto de verme sufrir.
Iba a la biblioteca o me sentaba sola en algún rincón.
No entendía por qué eran así conmigo.
Por supuesto, nunca esperé que sintieran lástima por mí. No la necesitaba.
Pese a que tenía esa “pequeña” dificultad, sentía que podía lograr lo que quisiera.
Una cosa era que a determinada distancia no pudiese entender lo que me decían y otra que fuera sorda total.
Nunca me he considerado como tal porque aún puedo tener una conversación normal con cualquier persona.
Excepto, lo reconozco, si tienen una mascarilla.
Nunca he entendido por qué los niños son tan crueles con los que son diferentes.
Da igual si tienes hipoacusia, usas gafas o eres el más inteligente de la clase.
Te conviertes en el blanco de sus chanzas.
He sido afortunada de tener unos padres y un hermano que me trataban normal.
Y también agradezco a los libros que me permitían soñar con alcanzar lo que para los demás era imposible.
Por eso odio la palabra discapacidad.
Cuando la escucho siento que dijese: I N C A P A Z.
En mis cuatro décadas he logrado muchas cosas que la gente decía que no podría.
Incluso he llegado más allá de lo que pudieron quienes se burlaron de mí.
Tener una discapacidad no es un impedimento.
Stephen Hawking no podía valerse por sí mismo, pero siguió aportando su conocimiento hasta el fin de sus días.
Beethoven escribió su 5a sinfonía cuando ya la sordera estaba avanzada.
Hellen Keller se convirtió en escritora y activista, aún con sordera y ceguera.
Andrea Bocelli, un tenor italiano con ceguera parcial, ha vendido más de 75 millones de discos.
Nick Vujicic nació sin extremidades y eso no le impidió convertirse en un gran conferencista motivacional. ¿Te imaginas a alguien surfeando sin tener brazos ni pies? Él lo hace.
Mira el siguiente vídeo en el que él actúa y tiene un gran mensaje.
Estas personas han demostrado que somos capaces de cualquier cosa que nos propongamos.
Hay demasiados argumentos para odiar la palabra D I S C A P A C I D A D.
No hay Nada imposible cuando crees en ti.
No necesitamos la lástima de nadie.